Ajedrez en el aula
Marcos Veroes
Antiguamente conocido como
Chaturanga, ha ido evolucionando con el paso del tiempo hasta llegar a lo que
conocemos hoy en día. Su origen está relacionado con el principio de las
sociedades pero la leyenda más popular es que un rey tras haber perdido a su
único hijo en batalla es embargado por el dolor y la desesperanza. Se organiza
entonces un concurso para alentar al monarca a ser quien antes fue. Muchos
intentaron sin éxito lograr su cometido hasta que un hombre humilde entre los
humildes, acongojado por el dolor de su señor le propone un divertimento que se
trata de la simulación de una batalla y en el cual surge un vencedor. La
atención del rey es cautivada por este dinámico juego donde en efecto, se ponen
en práctica la táctica, la estrategia, las celadas y las simulaciones para
lograr el propósito final: doblegar al bando opuesto. La historia continua con
una recompensa y la contrapropuesta matemática, sustentada en una progresión
con la utilización del tablero mismo que resulta impagable. Es esta la historia
según la cual el ajedrez nace entre nosotros para quedarse. Vamos con un dato
curioso para los hispanohablantes pues uno de los primeros tratados publicados
en español de este juego es realizado por allá por 1561, tanto así, que una de
las aperturas más conocidas hoy día lleva su nombre Ruy López quien fue un
monje aficionado al ajedrez que dejó su impronta en la historia de este
deporte.
Muchas son las herramientas que se
señalan como útiles para el desarrollo cognitivo del niño y niña en edad
escolar pero ninguna es tan respetada y temida como el ajedrez. Respetada
porque sin discusiones se reconocen las ventajas y propiedades de su práctica
(en algunos casos mitologizadas); temido por su sencillez y su complejidad a un
mismo tiempo pero aún más por su absoluto desconocimiento por parte de quienes
están llamados a proponerlo y difundirlo dentro y fuera de nuestros centros
educativos. Desde hace mucho se habla del ajedrez en la escuela pero no es hasta
el año 2005 que se orienta su enseñanza a través de la resolución N° 33 del 25
de abril de 2005 y que es publicada en la Gaceta Oficial N° 38.172 pero como
suele ocurrir con muchos decretos emanados por el ejecutivo nacional quedan en
un olvido que se cumple de manera aleatoria en uno que otro lugar mas por el
interés individual que por el justo cumplimiento de las orientaciones emanadas
del ente rector de la educación nacional. Reitero, uno de los motivos de este
cierto abandono por parte de maestras y maestros de aula se origina en su total
desconocimiento. Es acá donde las palabras del maestro Simón Rodríguez tienen
una resonancia abismal al afirmar: “Es obra de misericordia enseñar al que
no sabe, pero no por cumplir con ella se ha de poner a enseñar el que no sepa
para sí”.
Una de las bisagras de la enseñanza
del ajedrez estriba en que nuestras maestras y maestros de aula deben ser
practicantes de esta disciplina deportiva y sentir pasión por el juego, de otra
manera no se contará con la chispa contagiante para encender en otros la
llamarada arrasadora. Trabajar lengua, historia, matemáticas, geometría,
idiomas, ciencias desde y con el ajedrez es posible, ya se ha ensayado en
algunos lugares. Ahora mismo por ejemplo en algunas provincias de Argentina, de
Cuba o España se está implantando el ajedrez como actividad obligatoria de
aula. Con esto queremos decir que no se trata de un “capricho
socialista-bolivariano por querer entubar la vida deportiva de los escolares de
la nación”. La resolución a la que hacemos referencia en líneas anteriores se
crea a partir de la evidencia ante las bondades de su práctica.
No obstante, la masificación del
ajedrez sigue a la espera, es lo más parecido a eso de nadar río arriba. En
nuestro país hay buenos ajedrecistas, uno de ellos es Eduardo Yturrizaga
Bonelli, de Aragua, es uno de los cinco mejores de suramérica, ganador de
varios torneos internacionales (este año se acreditó el abierto de Portugal)
pero nada de cobertura por parte de los medios o redes. Ello nos hace pensar
que no se trata de un trabajo solamente de la escuela sino de un equipo
multidisciplinario entregado a ello. En un intento por dar respuesta a esta
suerte de invisibilización de esta disciplina deportiva esbozaré algunos de los
argumentos con los cuales nos hemos encontrado en el territorio. Para empezar,
se han creado falsos mitos de los cuales nombraremos solo tres: 1) en primer
lugar hay una engañosa paradoja a su alrededor pues se piensa ingenuamente que
por ser un juego aporta poco al carácter, no fortalece los valores o a la
personalidad de niños, niñas y adolescentes; pero a la vez se se le mira como
una disciplina en extremo difícil por la diversidad de movimientos que tienen
las piezas, por las reglas que suelen ser desconocidas más por la falta de
práctica que por cualquier otra circunstancia; 2) se le asocia a ser un deporte
para hombres, cosa que es un error atávico desde todo punto de vista, en
Ucrania a las chicas se les obsequia un tablero de ajedrez como acto simbólico
de bienvenida a la adolescencia; y 3) se le ve como una representación de la
guerra pero sin sangre, como dice Leontxo García el más grande promotor del
ajedrez en España. Ante lo que argumento que los videojuegos si que de verdad
son explícitamente sangrientos y guerreristas. Lo más abrumador en este caso es
que más de una madre o padre ven con indiferencia que sus hijos jueguen una y
otra vez simulaciones de muertes, homicidios y asesinatos como algo natural y
hasta necesario.
Hay quien siempre llegue a la
temeridad de condenar el juego que tiene más de 25 siglos de existencia por el
sólo hecho de que el peón es la pieza del ajedrez más numerosa, de menor valor
y a la vez como que la más prescindible (obviamente nunca se ha sentado a un
lado del tablero para argumentar la importancia de esta pieza dentro de las 64
casillas). No hace mucho leía las significaciones de las piezas del ajedrez y
me asombraba saber que por ser la única pieza del tablero que tiene la
capacidad de promocionarse en otra pieza, puede también interpretarse que se
transforma, en consecuencia se metamorfosea, trasciende a otro plano dentro del
tablero mismo. Si esto no es metafísica pura explicada con la acción de llegar
a la octava fila para “convertirse” (encarnarse dirían algunos) en otra de las
piezas del tablero, excepto el rey por su puesto, entonces no sé qué es. De
allí que el valor de esta pieza aún cuando sea equivalente a uno, no ocurre así
en lo simbólico (carente del plusvalor, según el marxista ortodoxo). Cuando un
jugador, en los momentos finales de un partido está con tan sólo un caballito y
ve caer su último peón sabe que las posibilidades de triunfar disminuyen a cero
y por tanto deberá resignarse con un empate.
Para finalizar esta breve nota,
esbocemos algunas recomendaciones tanto para docentes como para estudiantes que
se inician en la práctica del ajedrez: lo más recomendable, desde nuestro
modesto punto de vista es asumir el juego como eso, un juego, donde se
desarrolla la memoria, la capacidad de anticipación y el desarrollo del pensamiento
abstracto, entre otros. En segundo lugar, dejar a un lado el miedo a perder, ya
lo dice el Gran Maestro Anatholi Karpov: “La amenaza de la derrota es peor
que la derrota misma”, en especial en estos tiempos de principio de siglo
XXI en los cuales niños que oscilan entre los 12 y los 16 años años de edad
sorprenden a Grandes Maestros del circuito profesional (pongo por ejemplo a la
sensación de la actualidad, al adolescente iraní de 15 años de edad Alireza
Firouzja; pero también están Vincent Keymer de Alemania con 14 años),
Rameshbabu Praggnanandhaa (de la India con 13 años) o Dommaraju Gukesh (quien
se ha hecho Gran Maestro a los 12 años con 7 meses y 17 días), así que perder
es un mal menor e inevitable siempre y cuando tus aspiraciones personales no
sean convertirte en Gran Maestro y eso es un asunto que debe tomarse en serio,
tanto como cualquier profesión universitaria. Pero volviendo a lo nuestro, un
tercer detalle es que el ajedrez debe verse como ese mundo infinito en el cual
nuestra mente se enfrenta a retos para encontrar soluciones a problemas que
obviamente tienen solución, es decir, es el ingenio humano, el esfuerzo y la
constancia capaces de superar las dificultades propuestas dejándole ningún
espacio al azar.