La prepotencia.
El señor de aquella provincia
acudía al pueblo cuando requería una ayuda de estos.
Tras obtener lo necesitado se marchaba a sus oficinas
y desde allí aprobaba o desaprobaba las acciones
de los ciudadanos más laboriosos o al menos talentosos.
El tiempo transcurrió sin apuros y no hubo necesidad de revueltas
o revoluciones pues sus acciones lo habían condenado
a ser algo menos que un espectro en el cual ya nadie creía.
Lo único que atinó a ganarse fue la mala fe de las personas
que se entregaron con más fuerza en su trabajo y su disciplina de vida. Vivir bajo estas condiciones es fácil. Ayyy de aquel quien cree que la vida se resume detrás de un escritorio que ni siquiera es de su propiedad.
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