Faro y coordenada de mis días
con sus respiraciones
de tamarindo en flor
Me traes a los días en los que el pelo largo era rebeldía
y transgresión de un montón de jóvenes
creyentes en la paz y el amor
en una aldea provinciana a 400 kilómetros
de cualquier costa marina.
Allí los crepúsculos ondeaban en tus ojos
de muchacha veinteañera
entregada a esta rara aventura con su Roland sin canción
y mucho trabajo diario
por el solo capricho de escapar
de la mirada fustigante de Felicia
Dueña de una lengua hiriente
de descendientes de negros luongos
de una escondida costa de África.
Catapultaste tus días en haceres y deshaceres
como cuando confeccionas interminables cubrecamas
tiñendo de luz una madeja de hilos
y levantas un complejo sistema de vueltas y entrevueltas
para establecer los límites de la forma
grabados en la memoria de tus manos.
Las ideas del laberinto, del universo, del destino
cobraban espacios en cualquiera de las mesas de casa
Era el mundo ideal de arácnida lucidez
Pero claro, las prohibiciones llegaron con su ordenanza
expresa y tácita del hombre de casa
hombre ausente pero presente.
Cediste terreno para hacer otras cosas
distintas al tejido
Banales concesiones a cambio de algo de calma
lejos de la amenaza y del excesivo control
Fue la manera tuya por escapar
sin artilugios argumentativos
Con dos arañitos qué otra cosa te resta por hacer
Criarlos
Ya crecerán y buscarán sus nidales
Ya se irán sin el hábito de extrañarte
y el tiempo tuyo será solo tuyo...
Como en toda historia
el tiempo en su protagonismo fatal hace de las suyas
restando aquí, sumando allá
hasta desvencijar la agudeza en la mirada
la precisión del pulso por entretejer con el ganchillo número tres
agotando la paciencia
por descifrar un criptograma chino
donde se revela el camino para construir un cosmos
que cabe en una cama con su caída perfecta
en las esquinas
en los costados
en su tensión justa en el centro.
Hoy te sientas a soñar en las posibilidades
de Poirot por encontrar al criminal
del Orient Express
y sabes que su escapatoria
siempre fue un plan que nunca se da por acabado.
El tiempo sabe de tus vivencias
y los huesos de tus brazos
no son los mismos para sostenerse por horas
y horas de una enmarañada red
de tejedora.
Hoy sabes que toda espera es inútil
y que toda búsqueda es en vano.
Los hijos crecieron y van y vienen
entre las mañanas y las tardes
los días y las noches como el delicado hilo
con el cual tantas veces tejiste
el camino dulce y tranquilo
del oficio de ser
madre.